Creo que muchos sueñan con que la humanidad verá casi doblarse la esperanza de vida durante este siglo, como resultado de los avances en investigación médica. Y hasta cuando sueñan lo hacen con ilusión. No sé si al final llegaremos a vivir tanto como Matusalén, Moisés o Abraham -que, según dice la Tradición, vivieron varios siglos-, pero el cambio que se avecina es enorme: casi un nuevo modelo de ciudadanía, pues seguramente ahora ya no se procuraremos ser eternamente jóvenes -como promueve la sociedad actual-, sino eternamente viejos. Si, las células quizás se regeneren, pero a no ser que descubran como borrarnos los recuerdos, seremos viejos en cuerpos más jóvenes, pero viejos igual.
Las implicaciones de tales revoluciones no sé si habrán estudiado con detenimiento. Lo primero que se me ocurre es que, en un mundo de viejos, en vez de retirarnos a los sesenta y cinco años, podríamos continuar trabajando hasta los ciento veinte, para regocijo de las empresas y entidades bancarias -la opción de cursar hipotecas con una duración de hasta cincuenta o setenta años presentará perspectivas interesantes para ellas.
A nivel familiar, padres y madres podremos dejar los niños no solo con los abuelas, sino hasta con las abuelas de los abuelos, lo que facilitará mucho la movilidad laboral que tanto preocupa en este país. Claro que dicha movilidad también se vería entorpecida por el consecuente aumento del parque automovilístico, y del número de conductores y usuarios de transportes a que nos veremos enfrentados. Por que, si la gente no muere, ¿dónde la metemos? ¿Habrá que construir miles de buques para acoger a las decenas de miles de nuevos usuarios de cruceros que se avecinan? ¿ Casi la misma cantidad que de campos de golf, y gimnasios? Y hospitales, claro. Hospitales muchos. No olvidemos que también es gracias a la medicina y a sus avances por lo que podremos disfrutar más tiempo de nuestras enfermedades. Y descubrir muchas nuevas. Algunas farmacéuticas ya se deben de frotar las zarpas con la posibilidad de enfermedades crónicas de más de 100 años de duración. Y no te digo las clínicas de estética y los sanadores. Yo en esto de la salud tengo un mantra, una pregunta que escuché hace un tiempo, y que me vuelve como una melodía inacabada cuando me pongo hipocondríaco: ¿Se puede estar sano en un mundo enfermo? Obviamente, no.
Hace un tiempo leí aquello de que casi nos pasamos el tercio de la vida durmiendo. O sea que si fuéramos bendecidos con una larga vida - pongamos 80 años-, eso supondría de veinte a treinta años de sueños, de un estado de no conciencia. Pero si a ése tercio le añadiéramos todos los momentos en los que nuestro estado no puede ser tildado de plenamente conciente, es decir, de todas aquellas horas de las que nada recordaremos porque simplemente no estábamos allí, sino en otra dimensión de nuestra ensoñación, fantaseando, pensando en otra cosa, en cualquier otra cosa menos en lo que estamos viviendo, menos en el aquí y ahora, concientes como un ojo que nunca se cerrara; sí a ése -ya inmensurable- despiste, le sumáramos además los momentos en los que nuestra conciencia ordinaria está alterada (sea por la regla, las drogas o medicamentos, las iras, el abandono…) comprobaríamos que nuestra vida realmente conciente es más bien mínima. Visto lo visto, por tanto, no creo que se nos pueda –ni, sobre todo, se nos deba- pedir más. Ya suficientes entuertos causamos aprovechando solo una mínima parte de nuestra capacidad intelectual, como para dedicarnos profesionalmente a ello. Propongo un nuevo paradigma, ya que está de moda: el Slow Intelligency se podría llamar. Pensemos más lento. Paremos de tener ideas, por favor. Lo nuevo no es siempre mejor. La arruga, incluso la mental, es bella. Pero la Muerte, también: no en vano es el tema del que siempre y más a menudo se ha alimentado el arte. Y es la sola y única certeza que tenemos durante nuestras vidas. Por mucho que siempre intentemos darle la espalda.
Tiempo
Hace 14 años
1 comentario:
Concientes como un ojo que nunca cerrara.
Me ha entrado una sensación de terror solo pensar en ello.
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